Capítulo 1: Un mercenario haciendo su trabajo


Capítulo 2: El Despliegue en Tedia

El cielo sobre Tedia estaba enrojecido por el humo y las cenizas que se levantaban de la superficie. A pesar de la victoria en el espacio, la guerra estaba lejos de terminar. Mientras La Ronin descendía hacia el planeta, las lecturas de los sensores confirmaron mis peores temores: los Tongra ya habían desplegado su ejército en tierra. La superficie de Tedia estaba infestada de ellos.

El rey Theron había minimizado la situación, o tal vez no sabía la magnitud del problema. Los Tongra no solo estaban invadiendo desde el espacio; ya estaban aquí, y lo que era peor, estaban construyendo sus propios nidos y fortalezas en las tierras baldías de Tedia. Los sistemas de defensa planetaria no habían sido suficientes para detenerlos, y ahora, el planeta estaba al borde de la aniquilación total.

Aterrizar en Tedia era como sumergirse en un infierno en la tierra. Las antiguas ciudades industriales del planeta, ahora abandonadas, se habían convertido en campos de batalla. Edificios en ruinas, fábricas desmoronadas, y lo que alguna vez fue la civilización tediana ahora era solo un escenario más en esta guerra.

Aterrizaje completado. Condiciones de la atmósfera: tóxicas. Recomendación: usar exoesqueleto de combate —anunció la IA de La Ronin mientras los motores se apagaban.

No estaba solo en esta lucha. A bordo de La Ronin tenía una carta bajo la manga: 2000 Meckas MK1, robots de combate diseñados para la guerra terrestre más brutal. Cada uno de ellos estaba armado hasta los dientes, con una inteligencia artificial táctica que les permitía operar en formación o de manera independiente. Eran tan letales como un ejército de soldados bien entrenados, pero sin la necesidad de descanso, sin miedo, y sin piedad.

Mientras me enfundaba en el exoesqueleto de combate, activé el protocolo de despliegue para los Meckas MK1. Las compuertas de carga de La Ronin se abrieron con un estruendo metálico, y uno a uno, los Meckas descendieron hacia la superficie del planeta, formando filas perfectamente alineadas, esperando mis órdenes.

El aire era denso y amargo, con un olor a metal quemado y descomposición. A lo lejos, las primeras líneas del ejército Tongra se movían, sus figuras insectoides apenas visibles a través del humo. Eran miles, tal vez más, y su número seguía creciendo mientras sus refuerzos emergían de las profundidades de sus nidos subterráneos. Sus colmillos brillaban con un tono siniestro, y sus múltiples ojos reflejaban la luz en destellos aterradores. Estos no eran solo insectos; eran guerreros de un imperio despiadado, listos para aplastar a cualquier enemigo que se interpusiera en su camino.

Despliegue completo. Meckas MK1 listos para el combate —informó la IA.

Tomé el control desde mi interfaz neural, conectándome al sistema de mando central de los Meckas. Cada uno de esos robots era una extensión de mi voluntad, y juntos formábamos un solo ejército. Un ejército que estaba a punto de enfrentarse a la horda Tongra en un combate a muerte.

—Formación de ataque en abanico —ordené, visualizando el terreno frente a mí—. Prioridad uno: eliminar nidos y estructuras de soporte. Prioridad dos: exterminación total.

Los Meckas avanzaron en perfecta sincronía, una muralla de metal y armas que se dirigía implacablemente hacia la línea enemiga. Los Tongra respondieron al instante, lanzándose al combate con la misma ferocidad que habían mostrado en el espacio. Sus criaturas terrestres eran tan letales como sus naves, con garras afiladas y una velocidad que desafiaba su tamaño.

El primer choque fue brutal. Los Tongra se abalanzaron sobre los Meckas, intentando desgarrarlos con sus colmillos y garras. Pero los Meckas estaban preparados. Sus armaduras de titanio resistieron los ataques iniciales, y con un rugido mecánico, comenzaron a contraatacar. Los brazos de los Meckas se convirtieron en una tormenta de balas y láseres, desintegrando a los Tongra a medida que avanzaban.

La lucha se extendió por kilómetros. Los Meckas MK1 no solo peleaban, sino que también construían fortificaciones improvisadas con los escombros, creando líneas de defensa móviles mientras avanzaban. La táctica era sencilla pero efectiva: avanzar, aniquilar, y asegurarse de que los Tongra no pudieran reagruparse.

En el centro de la batalla, donde la resistencia era más fuerte, los Tongra habían establecido nidos principales, enormes estructuras orgánicas que funcionaban como puntos de reintegración para sus guerreros. Estas construcciones latían con vida propia, y desde ellas emergían oleadas de Tongra sin fin.

Foco en los nidos —ordené—. Usen cargas de demolición.

Los Meckas equipados con explosivos avanzaron hacia los nidos, resistiendo el asalto masivo de los Tongra. Las explosiones sacudieron la tierra, lanzando fragmentos de las estructuras por los aires. Pero por cada nido que destruíamos, parecía que surgían dos más. El terreno de Tedia estaba infestado hasta sus cimientos.

—Objetivos primarios destruidos en un 60% —informó la IA, mientras una lluvia de fuego continuaba sobre nosotros.

Pero entonces, algo cambió. Un estruendo profundo, casi como un temblor, sacudió el campo de batalla. Del suelo emergieron nuevas figuras: Tongra más grandes, más peligrosos. Eran los comandantes de su ejército terrestre, criaturas que superaban en tamaño a cualquier Mecka y que portaban armas bioplásmicas capaces de derretir incluso el metal más resistente.

Los Meckas comenzaron a caer. Las bajas eran considerables, y aunque seguían luchando con todas sus fuerzas, los Tongra parecían multiplicarse sin fin.

Riesgo de sobrepaso enemigo en aumento. Recomendación: retirada táctica —advirtió la IA.

No iba a ser fácil, pero sabía lo que debía hacer.

—Redirige a los Meckas restantes a las posiciones defensivas alfa y beta. Activa el protocolo de contención.

El protocolo de contención era una maniobra desesperada, diseñada para asegurar la retirada y minimizar las pérdidas. Consistía en sacrificar parte de los Meckas para crear una barrera temporal que frenara el avance enemigo, dándonos tiempo para reagruparnos y contraatacar.

Los Meckas comenzaron a replegarse hacia las posiciones designadas, mientras un contingente se quedaba atrás para contener a los Tongra. El sacrificio fue devastador, pero necesario. Desde mi interfaz, observé cómo las últimas unidades de contención luchaban hasta el final, destruyendo a tantos Tongra como podían antes de ser finalmente superados.

La línea de defensa temporal se había establecido, pero sabíamos que no duraría mucho. Los Tongra eran imparables, y a pesar de nuestras mejores tácticas, su número seguía creciendo.

La Ronin estaba ya en la atmósfera, lista para el despegue. Era tiempo de retirarnos, reagruparnos, y planear nuestro próximo movimiento. Habíamos frenado el avance Tongra, pero no los habíamos derrotado.

El rey Theron me contactó a través del canal de comunicación mientras los últimos Meckas abordaban la nave.

—“¿Hemos ganado?” —preguntó con la esperanza teñida de desesperación en su voz.

—“No, no aún,” —respondí, observando la superficie devastada de Tedia desde la cabina—. “Pero aún no estamos muertos.”

Sabía que los Tongra no se detendrían. Esta batalla había sido solo el principio de una guerra que se extendería por todo el planeta, y tal vez más allá. Tedia no caería sin luchar, y mientras tuviera un ejército de Meckas, la batalla continuaría.

La Ronin despegó, dejando atrás un planeta en llamas. Los Tongra seguirían atacando, pero yo también. En este vasto y cruel universo, solo sobreviviría el más fuerte, y estaba dispuesto a demostrar que ningún imperio, ni siquiera uno de insectos, podría aplastarme.

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