Un solo destino.
Mi nombre es Allard, que significa noble y valiente, soy hijo de una hilandera y de un simple alfarero; bueno, lo fui alguna vez. Mis padres murieron en 1372 cuando yo aún era un niño: tendría aproximadamente 10 años cuando esto sucedió; mi madre fue acusada de brujería y mi padre fue calumniado como cómplice de ella, hecho por el cual el emperador decretó para ellos la pena de muerte. Fueron ejecutados al amanecer en la plaza de la aldea, en aquel fatídico día mi infancia ardía junto con los cuerpos de mis padres en una hoguera que los consumía vivos, así como dilapidaba mi aprecio por la humanidad.
¡Maldito emperador! Piensa que es mejor y mayormente satisfactorio sentenciar a muerte a un par de inocentes para el libertinaje del pueblo que ejecutar a un millar de culpables. Ahora comprendo que para ellos ejecutar a un criminal basándose en cualquier cosa menos firme que una certeza absoluta los encamina por una pendiente resbaladiza de poder y autocracia hasta que al final se estaría condenando a muerte de acuerdo con el capricho del emperador.
Ese día me hice la promesa de que cobraría venganza por el injusto asesinato de mis progenitores. Repetí la escena de mis padres quemándose vivos tantas veces, entretanto pensaba y no dejaba de decirme: ¡Juro que vengaré la muerte de mis patriarcas! Aniquilaré al emperador y a todos sus súbditos, no importa el tiempo o las vidas que me tome.
Durante los años venideros, desde 1373 hasta 1379 acaeció la guerra civil bizantina, en ella vi mi oportunidad de servir a Andrónico IV, hijo del emperador Juan V, mismo monarca quien había dictaminado la ejecución de mis padres. Siendo un niño me vi en la obligación de servir al príncipe y a sus tropas solamente en el acuartelamiento, sin poder ser partícipe de la lid.
Poco a poco fui creciendo y aprendiendo técnicas de combate y manejo de armas, era 1376 cuando a mis 14 años ya formaba parte del principal ejército del príncipe Andrónico; es en ese mismo año que logramos derrocar al emperador Juan V y a sus tropas. Logramos apresarlos durante un tiempo, aunque yo le insistía a Andrónico, el nuevo emperador, los ejecutara y que lo hiciera de forma pública, su majestad se negó rotundamente.
Decisión fatal del nuevo emperador, pues tiempo después, en 1379 Juan V escapó, y con la ayuda de los otomanos (también conocido como Imperio turco otomano o Imperio osmanlí) recuperó su trono. Ejecutó a nuestro gobernante y emperador Andrónico IV y, muchos de sus más fieles seguidores fuimos ejecutados con su majestad.
Es por eso que ahora me encuentro aquí, en el averno, esperando mi condena. No sé bien en donde estoy, si bien es seguro que he muerto y me encuentro en el infierno, este no es uno común, me encuentro en un punto donde convergen todo tipo de tártaros, ¡esto es algo surreal! Como si todos los mundos se hubieran dado vuelva y desembocaran en el mismo hecatombe. Es un lugar extraño, veo a todo tipo de deidades del inframundo saludándose entre sí y, aunque parezca anormal, me intriga saber con cuál de ellos me he de tropezar primero.
Aquí empieza mi odisea, no estoy seguro, pero si hay la más mínima posibilidad de escapar de aquí, lo intentaré. Regresaré a la vida a terminar mi cometido. ¡Esto será muy divertido! ¡Siempre quise enfrentarme a todo tipo de criaturas y retos más allá de una batalla de guerra con un simple mortal!
Aunque me tome muchos intentos y mucho tiempo, saldré de aquí, ¡juro que saldré de aquí! No importa los caminos que elija, ni las adversidades que me encuentre, saldré de este infierno, me iré de este lugar y vengaré mi muerte, la de mi emperador y la de mis padres.
¡Esos bastardos me la van a pagar!
No tengo miedo de lo que pueda pasar, soy un guerrero del ejército de Andrónico IV, emperador del imperio bizantino, ¡mi oficio es combatir! ¡Soy un contendiente que ha venido a confrontar a la muerte y a arrebatarle su título de invencible! ¡Y no descansaré hasta lograrlo!
(Empieza el juego…)
Mi primer encuentro es con Anubis, el dios egipcio del inframundo, es él quien preside el tribunal del juicio del alma. No tengo mucho que ofrecer, salvo mi armadura de plata y la catana con empuñadura de oro que obtuve posterior a uno de mis duelos sirviendo a mi emperador, ¡Ah, mi catana! Mi fiel consorte de batallas, siempre acompañándome en cada duelo. Desde luego, también tengo el colgante y el broche que mi madre uso el día que contrajo matrimonio con mi padre, los conservo desde el día que murieron. Peor no puedo dárselos, no podría, !jamás podría! Es el único recuerdo palpable que conservo de ellos y jamás me desharé de estos.
¿Qué Hago?