En cuanto los médicos dijeron — ¡es niño! — mi mamá me abrazó fuerte y decía llorando:

—Mi niño, mi niño tan lindo, te esperaba con ansias, tu nombre será Tom.

Al día siguiente las enfermeras y el médico entraron a la habitación de mi mamá y le dijeron que ya podía irse a casa. Mi papá sonriéndome y cantando me cambiaba de ropa; me puso un pantalón azul como el cielo y una camisa blanca como las nubes o el algodón. Luego mi mamá me cargó y fuimos a casa. Habían preparado una habitación para mí solo, estaba pintada de color blanco, tenía un mueble grande junto a una ventana que dejaba entrar la radiante luz del sol, frente al mueble estaba mi cama que se encontraba cubierta por una manta que era muy suave y calientita, también habían muchos juguetes y osos de peluche en la habitación. En mis primeros meses de vida no ocupé esa habitación, pues mi mamá se preocupaba tanto por mí que no me dejaba solo ni un minuto y menos en las noches, así que dormía en medio de mamá y papá. Con el pasar de los años mis padres seguían siendo como el primer día en que nací, seguramente eso se debía a que era su único hijo, aunque algunas veces mi mamá se veía cansada y triste, pero siempre trataba de sonreírme.

Cuando cumplí 5 años, mi mamá me organizó una fiesta e invitó a algunos vecinos del condado, todos los niños corríamos por el patio con globos y jugábamos en la resbaladera inflable, recuerdo que me estaba divirtiendo mucho hasta que de pronto escuche los gritos fuertes de mi mamá, decía cosas sin sentido y llevaba sus manos a la cabeza.

Me asusté demasiado, mi llanto era inconsolable, todos se fueron y mi papá sujetaba a mi mamá tratando de calmarla.