Manos sanadoras

Giraste la cabeza para ver a los dos hombres que te acompañaban en aquella habitación de roca. El hombre de pelo largo se veía débil y enfermo, mirándote con una melancólica sonrisa en absoluto silencio. Su delgado cuerpo estaba lleno de cicatrices, y cicatrices de todo tipo, además. Algunas parecían haber sido provocadas por cortes, dejando largas rayas de un color más claro que el resto de su piel morena, otras parecían quemaduras, y otras parecían haber sido heridas muy amplias, dejando manchas decoloradas con formas más bien circulares. El anciano, aún detrás de él, llevaba una túnica blanca con algunos detalles azules. Su cabello corto y canoso contrastaba con su larga barba, y en sus ojos no notabas ni una pizca de cansancio. La edad parecía ser un concepto que no tenía peso sobre los hombros de aquel anciano. 

Luego de unos segundos, notaste que lo que el anciano estaba haciendo era cortar la carne de la espalda del otro hombre. Durante un instante, habías podido ver una reluciente cuchilla miniatura, en la punta del dedo del anciano. 

-Tranquilo. -Te dijo el hombre, al notar la expresión alarmada en tu rostro- No me está haciendo daño. O, bueno, sí, pero es un daño necesario. -Dijo, antes de reír, y luego toser por dicha risa.

-Este hombre -Continuó la explicación Belial, con tristeza en su voz- ha estado peligrosamente cerca de corromperse mágicamente, al abusar de sus habilidades y dañar su cuerpo. La estrella en su espalda ha infectado el tejido cercano, y es este tejido el que debo eliminar y reemplazar. 

Al terminar de hablar, sacudió la mano en la que tenía la pequeña cuchilla, haciéndola caer al suelo antes de desaparecer, como su se hubiese hundido en agua. Luego, bañó sus manos en un líquido que había sacado de una botella, y tocó la espalda del hombre por unos momentos. Al separarse, el anciano se notaba agotado, y el hombre de la camilla volvió a girar para mostrarte su espalda, ahora libre de toda herida causada por el viejo, dejando solo algunas cicatrices. 

-No existe curación perfecta -Dijo sonriendo- así que nadie está libre de las cicatrices. No es que me pueda quejar, claro. ¡Si me hubieses visto al llegar aquí, incluso te sorprendería verme vivo!

-Señor -Dijo Belial al hombre- sabe que en este monasterio hay un acuerdo de confidencialidad, por lo que no tengo ningún derecho a acusarlo con las autoridades, pero le pido que por favor reconsidere sus opciones. Es magia prohibida, y ha sufrido las consecuencias.

-¡Bah! -Respondió él, enojado- No olvides que cualquier tipo de magia termina en corrupción. No hace falta que distingas la magia de sombras de las demás. ¿Acaso te incomoda pensar en cómo la magia de luz es tan peligrosa como la de sombra?

Belial se mostró nervioso.

-Señor, sabe que no es a lo que me refiero. De haber sido cualquier otra magia la responsable, no habría tenido que conformarse con recibir tratamiento en un monasterio, en vez de un hospital. 

-No tengo un puto peso, viejo. -Dijo el hombre, volteandose para mirar fijamente a los ojos de Belial- Y aún aquí, nadie además de ti se habría preocupado en intentar ayudarme. Hasta donde sé, fácilmente puede que ahora tus colegas te traten distinto solo por haber puesto tus manos sobre mi marca. ¿Y qué opción tengo? ¿No utilizar la única magia que soy capaz de conjurar? Nadie puede sobrevivir así estando fuera de los muros de alguna ciudad. La vida dentro de los muros es el único tipo de vida que permitiría eso, y esa vida no es la mía.

Sin más respuestas que darle al hombre, Belial se disculpó y abandonó la habitación luego de una reverencia hacia ambos. 

-Tienes suerte de tener esa estrella- Dijo el hombre luego de suspirar.