Capítulo 1: Un mercenario haciendo su trabajo


 
Capítulo 1: El Nido de los Tongra

 

El vacío del espacio siempre me había parecido más acogedor que cualquier planeta lleno de vida. Allí afuera, entre las estrellas, la paz del silencio era absoluta, y la única compañía era mi nave, La Ronin. Un crucero de batalla modificado, viejo y maltrecho, pero letal como una bestia salvaje. Había visto innumerables batallas y salido victoriosa en todas. Claro, con un poco de suerte y mucho de estrategia.

El contrato que me había llevado a este rincón olvidado del universo no era diferente a otros que había aceptado antes: un rey desesperado dispuesto a pagar lo que fuera necesario para que alguien más hiciera el trabajo sucio. Esta vez, ese alguien era yo. Tedia, el planeta de donde provenía la solicitud, era una esfera de desolación rodeada por un cielo constantemente cubierto de nubes tóxicas. No era el paraíso de nadie, pero para mí, un mercenario sin hogar, era solo otro día en la oficina.

El rey Theron de Tedia había pagado bien, y no iba a hacer preguntas. Su voz temblorosa había resonado por el canal de comunicación cuando describió la amenaza: los Tongra, una especie de insectos espaciales que habían empezado a invadir su sistema. Pero estos no eran simples parásitos; eran un imperio, una fuerza galáctica que ya había conquistado planetas enteros. Eran una civilización insectoide con una flota propia, naves orgánicas y letales que funcionaban en perfecta simbiosis con sus pilotos.

Los Tongra no solo cazaban, conquistaban. Tenían naves tan feroces como sus guerreros, y no dudaban en utilizarlas para expandir su territorio. Cada planeta que caía bajo su control se convertía en un nuevo nido, una base desde la cual lanzaban sus ataques. Tedia era su nuevo objetivo, y el rey Theron sabía que su reino no sobreviviría sin ayuda externa.

Mi misión no era solo eliminar a los Tongra en la superficie de Tedia, sino también enfrentarme a su flota y detener su invasión antes de que tomaran el control total del sistema. Sabía que este trabajo iba a ser diferente a los anteriores. Los Tongra no eran simples enemigos. Eran una amenaza que no podía ser subestimada.

Sistema de drones activado —anunció la IA de la nave con su voz calmada y sin emociones.

Mi nave estaba equipada con cien drones de combate, pequeños, rápidos y con suficiente poder de fuego como para volar cualquier cosa que se interpusiera en su camino. Desde la cabina, el despliegue era casi hipnótico: un enjambre metálico salido de las entrañas de La Ronin, surcando el espacio en perfecta sincronía. Pero esta vez no solo me enfrentaría a criaturas en la superficie. En algún lugar ahí afuera, las naves de los Tongra se preparaban para el combate.

—Drones en formación, avanzando hacia el objetivo —informó la IA.

Las primeras naves Tongra aparecieron en las pantallas como sombras en la distancia, aproximándose rápidamente. A diferencia de cualquier cosa fabricada por manos humanas, las naves Tongra parecían vivas, con formas orgánicas que fluían y se movían como si fueran extensiones de los propios insectos. Las carcasas de sus naves estaban cubiertas de un exoesqueleto brillante, y en su interior, podía imaginar a los guerreros Tongra pilotándolas con una sincronización perfecta.

—Múltiples objetivos detectados —dijo la IA—. Iniciando protocolo de combate.

Los drones se dispersaron, formando patrones defensivos alrededor de La Ronin. Las primeras naves Tongra se lanzaron al ataque, disparando ráfagas de energía bioplásmica. Mis drones respondieron en perfecta formación, disparando sus láseres concentrados y misiles en miniatura, pero las naves Tongra eran increíblemente ágiles, esquivando y devolviendo el fuego con precisión mortal.

—Drones 14, 29 y 62 destruidos —informó la IA—. Reorganizando formación.

La batalla se intensificaba. Los Tongra parecían ilimitados, sus naves emergiendo de la oscuridad del espacio en oleadas continuas. Cada vez que un drone era destruido, otro tomaba su lugar, pero las naves Tongra seguían viniendo, implacables, como si supieran que la victoria era solo cuestión de tiempo.

Sabía que no podía seguir así por mucho tiempo. A pesar de la resistencia de mis drones, los Tongra estaban ganando terreno. Las naves principales de su flota aún no habían entrado en combate, y cuando lo hicieran, La Ronin estaría en serio peligro.

—Activar sistemas de torpedos de plasma —ordené, mi voz más firme de lo que me sentía en ese momento.

Los torpedos de plasma eran mi última línea de defensa, diseñados para arrasar flotas enteras en un solo ataque. La Ronin no tenía muchos, pero si lograba usarlos con eficacia, podría cambiar el curso de la batalla. Los torpedos salieron disparados, iluminando el vacío con su estela incandescente, dirigiéndose hacia el núcleo de la flota Tongra.

El impacto fue devastador. Una serie de explosiones sacudieron el espacio, y las naves Tongra que se encontraban en la trayectoria de los torpedos fueron desintegradas al instante. Pero los Tongra no retrocedieron. En lugar de eso, redoblaron sus esfuerzos, lanzando a sus naves más grandes al combate.

Las naves colmena de los Tongra emergieron del interior de la flota, enormes y pulsantes, como si estuvieran vivas. De ellas salían enjambres de pequeños cazas, cada uno pilotado por un Tongra individual. Eran rápidos, maniobrables, y letales en grandes números. Los drones comenzaron a caer uno tras otro, incapaces de hacer frente a la cantidad abrumadora de enemigos.

—Nave principal bajo ataque directo —advirtió la IA.

Los Tongra habían alcanzado La Ronin. Podía sentir las sacudidas mientras sus armas bioplásmicas impactaban contra el casco de mi nave. Los escudos aguantaban, pero no por mucho tiempo. Debía hacer algo, y rápido.

—IA, activar maniobra de evasión alfa y prepara el cañón de pulsos gravitacionales —ordené, mi mente corriendo para encontrar una solución.

El cañón de pulsos gravitacionales era un arma experimental, diseñada para distorsionar el espacio alrededor de un objetivo y destruirlo desde dentro. Era peligroso, incluso para mí, pero era mi única opción.

La Ronin comenzó a moverse de forma errática, esquivando los disparos de las naves colmena mientras el cañón de pulsos gravitacionales se cargaba. Las luces en la cabina parpadearon, y un zumbido profundo llenó el aire. Sabía que solo tendría una oportunidad para acertar.

—Cañón listo para disparar —informó la IA.

Ajusté la mira y fijé mi objetivo: la nave colmena más grande, el corazón de la flota Tongra. Si la destruía, podría desorganizar a los insectos lo suficiente como para que el resto de su flota se dispersara.

—¡Fuego! —grité.

El cañón de pulsos gravitacionales disparó, y un haz de energía invisible se lanzó hacia la nave colmena. Por un momento, nada sucedió. Luego, el espacio alrededor de la nave comenzó a distorsionarse, como si fuera absorbido por un agujero negro. La nave colmena se contrajo, doblándose sobre sí misma antes de explotar en un estallido de luz cegadora.

Los Tongra parecieron vacilar. Sus ataques disminuyeron, y las naves restantes comenzaron a retirarse, desorientadas y desorganizadas. Había ganado, al menos por ahora.

Respiré hondo y me dejé caer en el asiento. La batalla había terminado, pero sabía que esta victoria era solo el comienzo de algo mucho más grande. Los Tongra no se darían por vencidos. Volverían, y cuando lo hicieran, estarían más preparados.

La Ronin cojeaba, pero aún estaba en funcionamiento. Me puse en contacto con el rey Theron para informarle de la victoria. Pero mientras lo hacía, no podía evitar pensar en lo que vendría después. Había vencido a los Tongra una vez, pero en esta guerra entre imperios, sabía que la paz nunca duraba mucho tiempo.

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