287 d.C. - Desembarco del Rey, las Tierras de la Corona

Te despiertas en una habitación oscura, iluminada apenas por algunas velas y candelabros. Tienes la camisa abierta, con machas de vino, los pantalones aflojados y una sola bota. En el suelo, está tu amigo Bastian en casi peores condiciones que tú. En una cama terciopelada con una lujosa cortina de seda, descansando en ella, hay lo que parecen ser dos meretrices.

Ambos os levantáis prácticamente a la vez.

- ¿Dónde estamos? – le preguntas a Bastian algo confuso.

- En el burdel de Chataya… La piel más joven y morena de las Islas del Verano en la capital. Vinimos anoche tras visitar todas las tabernas de Desembarco del Rey.- te responde mientras se queja de la resaca.

 

Burdel de Chataya, Desembarco del Rey.

 

Al cabo de unos segundos, alguien aporrea la puerta de la sala mientras grita: “¡Redada, redada!”. Se trata de Larry, un viejo amigo que se dedica a trabajar al margen de las leyes de Poniente… y bueno, de cualquier sitio.

- ¡Tenemos que irnos, Lewis! A Sir Arthur Crakehall no le gustará que los capas doradas retengan a su escudero en las mazmorras de la Fortaleza Roja en vísperas del torneo de Stokeworth.- dice tu amigo haciendo referencia al color de las capas de la Guardia de Desembarco del Rey.- Es el vigésimo segundo día del nombre de Lady Lollys Stokeworth y Sir Arthur le tenía el ojo echado.

- Bastian, temes al maldito Arthur Crakehall más que al Rey Robert, nunca lo entenderé. – afirmas llevándote las manos a la cabeza por el sobrehumano esfuerzo de colocarte erguido.

- Robert no quiere matarme, Sir Arthur está buscando una excusa para hacerlo.

- ¿Entonces qué buscan los capas doradas?- insistes al no haber entendido la presencia de la guardia de la ciudad en el lupanar.

- A ti, Escudero. Ayer antes de llegar aquí, mientras te dejabas llevar por los impulsos del vino dorniense, un hombre te pidió amablemente que te apartases del camino, pues te encontrabas vomitando en mitad de la calle impidiendo el paso de algunos jinetes… Ese hombre se bajó de su montura para comprobar vuestro estado y es entonces cuando decidiste estampar tus nudillos en su cara. Temo decirte que aquel hombre era un Lannister, habrá pagado su peso en plata al Consejero de la Moneda para que los capas doradas diesen contigo.

- ¡¿Un maldito Lannister?! – gritas alarmado por la situación.

- Tranquilo, era Sir Cleos Frey, hijo de Emmon Frey y Genna Lannister, no pesa tanto. De todos modos, deberías llevar cuidado con la gente que golpeas en tus aventuras en la vigilia.- te recrimina Bastian.

- ¡En el nombre del Rey, abran la puerta! – se oye a un guardia desde fuera de la habitación, las cortesanas se despiertan y gritan asustadas.

El joven escudero y tú no os lo pensáis dos veces, agarras un cuchillo de cubertería que se encuentra hincado en una cuña de queso y saltáis por la ventana del local, cayendo por suerte, en un carromato de heno. Cuando salís del pajar miráis hacia arriba mientras os limpiáis los hombros y los brazos. Dos capas doradas os miran asomados mientras indican a sus compañeros que bajen a toda prisa.